lunes, 8 de marzo de 2010

Peñarroilla

- ¿Consigues ver algo?

- Pues casi nada. No entiendo como nos ha podido pillar tan rápido, si parecía que estaba a tomar por saco.

Llevaban todo el día recorriendo los distintos lugares que les habían indicado la tarde anterior en la oficina de turismo, pero a eso de las seis decidieron ir a investigar un poco y adentrarse por una carretera comarcal en malas condiciones, buscando sitios desconocidos, poco frecuentados por los domingueros de turno.

La nieve comenzó a caer media hora después, al principio de forma suave, casi de mentira, pero luego aumentó la fuerza del viento y la intensidad de la nevada, tanto que apenas pudieron llegar al coche sin despistarse

- Raúl, el mapa casi ni marca esta carretera, sólo aparece una línea muy finita que parece que corresponde a una pista forestal, pero no sé donde lleva.

- Tenemos medio depósito, así que podemos parar y tirar a ratos esta noche con el aire acondicionado, por que no me atrevo a seguir por aquí sin ver nada.

- Espera, mira...aquí aparece algo. Parece un pueblo, aunque viene escrito muy pequeño...Peñarroilla. Según esto no puede quedar lejos. Podríamos intentar hacer un poco más de camino despacio a ver si encontramos algo, ¿vale?

- Que remedio, por intentarlo...

Durante quince minutos la tensión les impidió hablar, imaginándose cada uno cómo prepararse mejor para dormir esa noche en el coche a temperaturas bajo cero. Laura buscó en las mochilas y sacó las mejores prendas de abrigo que habían llevado, junto con la mantita de viaje que siempre guardaban en una bolsa bajo en asiento del copiloto.

Sin embargo, mientras ella seguía revolviendo las mochilas para coger no sé que más, Raúl frenó bruscamente, lo que hizo que el coche patinara sin control y chocara contra uno de los árboles del lateral del camino.

- Laura ¿Estás bien?

- Joder...¿pero qué ha pasado, por que frenas así? Si, creo que no me he hecho nada, bueno, salvo el codo, me he dado con la ventana.

- Perdona, perdona.

- ¿Había algo o qué?

- Me pareció ver un animal que se cruzaba o algo así. Voy a ver.

Bajó del coche y fue unos metros atrás, buscando el inicio del patinazo para ver si había alguna huella de animal o algo que le indicara qué se había cruzado. Observó la zona un par de minutos y regresó con Laura.

- Creí ver algo, pero la verdad es que no lo juraría. Creo que la nieve me ha engañado y me hace ver cosas que no hay.

- Bueno, no te preocupes, los dos estamos bien, tampoco pasa nada.

- Algo sí, creo que se ha jodido la rueda delantera de tu lado y me da que va a ser complicado cambiarla.

- Entonces...

- Entonces nada, vamos a ver qué podemos hacer. ¿A qué distancia estaba ese pueblo desde el desvío?

- No sé, aquí pone 4 kilómetros, pero cualquiera sabe.

- Llevábamos conduciendo un rato, o sea que no podemos estar demasiado lejos. Intentemos llegar hasta allí con las mochilas, la manta y algo de comida y agua, seguro que hay alguien y si no siempre podremos entrar en algún refugio o alguna casa vacía o algo así.

- Coño Raúl, ¿Estás de guasa o qué? Y si no hay pueblo o si no hay nadie o peor, si hay alguien y no nos da refugio, nos chupamos la paseata y otra de vuelta. Y a saber quien habrá allí.

- Vamos a ver. La ventana donde te has dado está rota, si quieres nos quedamos aquí y palmamos helados sin darnos ni cuenta. Vayamos, si vemos que la cosa está mal nos volvemos, al menos ese rato habremos andado y estaremos calientes. De todas formas podemos intentar tapar la ventana de alguna manera.

- Bufffffff. No me mola nada la idea, pero puede que tengas razón...

Sacaron las mochilas, pusieron el poster de “Teruel existe” que les habían dado en la oficina de turismo tapando el agujero, cerraron el coche y comenzaron a andar.

La noche era muy extraña, nevando sin parar, con un fuerte viento y con una oscuridad más grisácea que negruzca. Decidieron seguir la pista forestal durante veinte minutos y si no encontraban nada se darían la vuelta, ya que probablemente más tiempo fuera de un refugio les haría congelarse.

- Mira Laura, hay una luz...

- Bien. Al menos aquí vive alguien...a ver que nos dice.

Llegaron a la puerta de la casa, la única que seguía en pie de un pequeño pueblo que no tendría más de veinte viviendas y una pequeña iglesia, que era poco más que una capilla.

Tocaron a la puerta, pero nadie abrió. Repitieron y esta vez hubo más suerte, aunque la respuesta llegó desde su espalda.

- Qué hay...

- Eh, vaya...Buenas noches, perdone que le molestemos, es que nos hemos quedado tirados con el coche, vimos en el mapa que había un pueblo cercano y decidimos seguir el camino a ver si nos podían dar refugio o echarnos una mano esta noche.

- Vaya, hace mucho que no venía nadie por aquí...pasen.

Entraron los tres en la casa, una construcción no demasiado grande, pero bastante acogedora, sobre todo por el fuego que calentaba la habitación central.

La pareja observó los muebles y los diferentes objetos de la sala mientras se quitaban las mochilas y los abrigos, y los dos acabaron el recorrido en el mismo punto, una pequeña pizarra colgada de una pared que tenía dibujadas un montón de rayas verticales.

- Muchas gracias caballero. Me llamo Raúl y ella es mi mujer, Laura.

- Ah, encantado, yo soy Esteban.

- Menos mal que le hemos encontrado –dijo Laura- ya me temía que tendríamos que regresar al coche e intentar apañarnos allí.

- Bueno, no se preocupen, caliéntense un poco que voy a buscarles algo de comer.

- No se moleste...

- No, no me molesto. Voy a por ello.

Esteban era un hombre bastante mayor, un tipo que podría pasar inadvertido en cualquier pueblo, ni alto ni bajo, ni gordo ni flaco...Sin embargo, tenía algo que le hacía peculiar: las manos, Tenía unas manos fuertes, casi desproporcionadas para el tamaño del hombre, con unos dedos gruesos y potentes que llamaban la atención desde el primer instante.

Volvió con comida para los dos, un poco de sopa caliente y algo de carne, y se sentó a la mesa con ellos mientras les miraba con curiosidad.

- No esperaba ver a nadie por aquí, y menos con este tiempo.

- La culpa fue mía, que me empeñé en ver sitios que los turistas habituales se pierden –dijo Raúl-, en cualquier caso me alegro de haberle encontrado.

- Si, si...-respondía el viejo.

- Por cierto, ¿le puedo preguntar algo?

- Claro, si no es muy difícil señorita, jeje –la primera sonrisa de Estaban acabó de dar calor a la casa, como si fuese lógico que todo lo que pasaba esa tarde de pronto encajara- Ya estoy mayor para complicaciones, jeje.

- Ja, ja. No, es sólo que me ha llamado la atención verle fuera de la casa con este tiempo. No traía nada y me ha parecido curioso.

- Ah. En realidad no es que hubiera salido, es que no había entrado todavía.

- ¿Con este tiempo? ¿Pero tiene animales o algo? –siguió Laura.

- No, no...acababa la jornada. Mi tarea consiste en mantener este pueblo en pie, y eso es lo primero.

- Pero...

- Je, je...mañana señorita, mañana, ahora les dejo cenar a gusto y me voy a dormir, que mañana hay mucho que hacer, je je.

Esteban les indicó dónde podían dormir y se dirigió a su habitación. Raúl y Laura se quedaron bastante perplejos ante la situación, extrañados y relajados al mismo tiempo.

Cuando acabaron la cena lavaron los platos y se dirigieron a la habitación, donde encontraron una cama de matrimonio preparada para ser ocupada, como si la hubieran acondicionado expresamente para ellos.

Resistiendo al sueño, comentaron lo que les había pasado durante toda la tarde-noche, pero sobre todo desde su llegada al pueblo y las sensaciones que ambos habían percibido al entrar en la casa. Les llamaba la atención la pizarra de la pared, la cama de matrimonio preparada y las palabras de Esteban cuando le preguntó Laura por la tarea.

- Es tan...raro, como si estuviera previsto.

- Si. –Laura le hablaba sin abrir los ojos- Mejor duerme, por que creo que si le damos muchas vueltas ahora no pegaremos ojo.

- Como si nos estuviera esperando.

La última frase ya no la escuchó Laura, que se había dormido rápidamente y comenzaba a soñar con una tarde diferente a la que habían tenido, en la que recorrían paisajes preciosos, llenos de árboles y olores penetrantes, antes de llegar a una casa rural de cuento, donde les esperaba un baño calentito.

- Buenos días, cielo -Raúl estaba de muy buen humor y ya se había lavado-. Creo que Esteban se ha levantado, por que hay un desayuno para dos en la mesa, pero a él no le encuentro.

- Mmmmmmmm –desperezándose-, ¿Qué tiempo hace?

- No te lo vas a creer, un día impresionante, seguro que hoy acabamos en manga corta, por que a estas horas ya se nota el solete.

- A ver si podemos ir a por el coche y arreglamos la rueda. Me siento a gusto aquí, pero quiero volver a casa.

El desayuno les acabó de despertar y de nuevo limpiaron los cacharros al acabar, colocando las cosas en el fregadero como creían que mejor estaban, ya que no sabían el lugar de cada cosa.

Después de recoger el cuarto y hacer la cama, cogieron las mochilas y los abrigos y salieron de la casa. Lo que vieron les llamó tanto la atención que dejaron las mochilas en el suelo y se dirigieron al lugar donde Esteban se encontraba.

- Buenos días, Esteban.

- Ah, hola. ¿Qué tal la noche?

- Ehhh, bien bien, de nuevo gracias por todo...Perdone, ¿Qué hace?

- Esto, nada, es mi tarea, cuidar del pueblo, lo que os dije anoche.

- Pero, las casas tienen dueño –preguntó Laura.

- Claro mujer, cada casa tiene un dueño, aunque el propio dueño aún no lo sepa.

- No comprendo a que se refiere, la verdad. Pero, si tienen dueño ¿Por qué está quitando las piedras de esa casa y las pone en esa otra?

Esteban cogía las piedras que formaban la pared de una casa y, una a una y con sus propias manos, las llevaba a otra casa, colocándolas en una pared que poco a poco iba creciendo en el proceso.

- Por que las casas tienen dueño, pero tienen su propia vida y necesitan compartir su experiencia con el resto de las casas. Mi tarea es que eso pueda hacerse. Mantengo el orden del pueblo manteniendo la vida de las casas.

- Entonces –ahora Raúl se dirigía a él- su labor es ésta, derruir una casa en pie para levantar otra con los mismos materiales...

- No, Raúl, mi misión es cambiar el orden de lo que hay para que siga existiendo y mejorando.

Laura y Raúl se miraron sin saber muy bien qué decir, sin saber si querían preguntarle más al hombre que les había acogido, sin saber si tenía algún sentido lo que les decía, sin saber nada.

Volvieron a agradecerle a Esteban el refugio y los alimentos, a lo que el hombre respondió “Es mi misión”, ofreciéndoles una sonrisa sincera como último presente.

Fueron a por las mochilas que habían dejado a la puerta de la casa y, justo antes de irse, el hombre les dijo desde la distancia:

- Ah, casi me olvido, por favor, ¿podéis poner una rayita en la pizarra de dentro de la casa?

- ¿la pizarra de la sala? –contestaron al unísono.

- Si, es importante para mi....gracias.

Fue Laura quien entró de nuevo en la vivienda y marcó una raya más a las muchas ya existentes, sin saber muy bien qué significaba aquello, aunque de nuevo parecía encajar.

Se despidieron desde la distancia y la pareja tomó el camino de vuelta hacia el coche, al que llegaron pasado poco rato. Gran parte de la nieve había desaparecido y el cambio del neumático fue fácil, por lo que pronto pudieron sacar el coche de la cuneta y comprobaron que los daños eran más estéticos que de mecánica.

Al cabo de una hora conducían por la autopista de regreso a Madrid, sólo hablando para opinar acerca de lo bonito del paisaje o la suerte de haber encontrado el coche en un estado menos lamentable de lo que imaginaban. Ni una palabra acerca del pueblo o del anfitrión de la noche anterior.

Pararon en una gasolinera aproximadamente a 200 kilómetros de Madrid y decidieron almorzar en una estación de servicio después de llenar de combustible el depósito. Pidieron unas pulgas y unas coca-colas y se sentaron cerca de una ventana para poder observar la carretera y los coches que volaban sobre ella.

- Anoche soñé algo curioso –empezó Laura-. Era como si la tarde de ayer hubiera sido otra y no hubiéramos tomado ese camino, como si hubiéramos salido por otro sitio y hubiésemos visto sitios muy bonitos antes de anochecer. Luego llegábamos a un hostal, no, a una casa rural...

- Los Alfares.

- ¿Cómo?

- Esa casa rural, se llamaba Los Alfares.

- ¿Cómo puedes saber eso?

- Por que hemos soñado lo mismo.

- A ver, me dices que hemos soñado lo mismo...no puede ser.

Los dos se miraron aturdidos, intentando en silencio recordar detalles del sueño, que cada vez parecía más claro, más real, llegando incluso a percibir el aroma de las flores de la entrada, el sabor de la cena caliente, el barullo que montaban otros clientes dos mesas más allá...

- Raúl –preguntó en Laura- ¿Cómo se llamaba ese señor, el de ayer?

- ¿Qué señor, Laura?

- Si hombre, ese...ese...no sé, ya recordaré. Pues eso, te decía que anoche soñé que volvíamos a tener un golpe y nos quedábamos en la nieve y nos buscábamos la vida por ahí.

- Si, ya me dijiste algo esta mañana, me suena. Y déjate de golpes que con el que nos dimos ayer con el árbol del parking es suficiente, jaja.

Llegaron a Madrid a la hora de comer y tras la manida frase de “otra vez en casa”, volvieron a su rutina semanal sin preocuparse mucho más por lo que hicieron el fin de semana, pero contentos de haberlo pasado fuera de la ciudad.

Varios meses después Laura comenzaba de nuevo el curso, era profesora de primaria en un colegio del sur de Madrid, así que organizó las clases para el año, preparó un par de excursiones y recogió de Secretaría las listas de alumnos.

Leyó veinticinco nombres, pero se paro en el número veintiséis, una niña llamada Lucía García Peñarroilla, sin saber muy bien por qué ese nombre le sonaba familiar. Miró en actas de alumnos de cursos anteriores por si era la hermana de algún niño que hubiera estudiado allí antes, pero nada. Apuntó el nombre en un papel y acabó lo que estaba haciendo antes de ir a casa.

- Raúl.

- Dime.

- Mira, a ver si te suena el nombre de esta niña de algo. Es que va a ser alumna del próximo curso y su nombre me es muy familiar. He mirado en los archivos del cole y nada, así que pensé que quizás era de otra cosa.

- A ver. Lucía García Peñarroilla. Mmmm, pues también me suena, pero no sé de qué.

- ¿Verdad? A ver si hay alguien famoso que se llame así o parecido.

- Voy a ver en internet, es que me suena mucho, pero mucho mucho.

Nada más conectarse se metieron en un buscador y escribieron el nombre de la niña. La pantalla se llenó de Lucías y Garcías, así que decidieron empezar por lo que era más fácil de descartar en caso de que no les diera ningún resultado afortunado.

Peñarroilla....buscar

Sólo encontraron una página relacionada: “Peñarroilla ¿Alguien más?”. Clickaron en el enlace y apareció una página con un simple texto:

“En 1999 tuve un problema mientras hacía trekking con un compañero en la Sierra de Francia, en Salamanca. Cayó una niebla impresionante mientras estábamos a mitad de recorrido y nos perdimos, incluso nos costaba vernos a menos de un par de metros, por lo que decidimos atarnos con una cuerda. Fue buena idea por que yo caí en un cortado y mi amigo pudo sujetarme por un pelo. Me rompí una pierna y a mi compañero se le salió el hombro, así que mala pinta tenía el asunto.

Sin embargo, en una dirección la niebla no era tan densa y vimos la luz de una casa de piedra. Mi compañero cargó conmigo hasta allí, un pequeño pueblo que parecía abandonado a excepción de una casa que tenía luz. Llamamos a la puerta varias veces, pero el dueño apareció detrás de nosotros y nos acogió de forma hospitalaria, aunque sin mucha conversación.

La mañana siguiente era luminosa y mi pierna parecía distinta, no estaba rota, sino con un fuerte esguince. Me la vendé, sujetándola bien, y le pedimos consejo al señor acerca de cómo volver al hostal en el que teníamos las maletas, a lo que nos contestó mientras cargaba piedras de una casa a otra, lo que nos llamó la atención. No quisimos preguntarle más por no molestarle, le dimos las gracias y nos fuimos después de poner una raya en una pizarra que tenía en la casa.

Olvidé todo, de hecho no recordaba nada de aquello, hasta que tuve que realizar un examen de geografía de la provincia de Salamanca, para lo cual tuve que estudiar mapas topográficos y toponímicos. Busqué la zona del accidente y no encontré nada raro, salvo el hecho de que no conseguía localizar un pueblo del que no recordaba el nombre. Tres días necesité para traerlo a mi memoria, pero no aparecía en los mapas. Quizá me había equivocado de nombre, pero algo me decía que eso no era. Miré la guía de pueblos de mi mapa de carreteras y de otros dos más, busqué en internet y nada de nada.

El pueblo no existe, el señor (Esteban) tampoco existe. ¿Cómo pudieron entonces salvarnos la vida?

Si alguien más sabe de Peñarroilla que escriba en este foro, espero no ser el único por que es para volverse loco”.

Raúl y Laura recordaron todo de golpe, la nieve, el choque, a Esteban, las conversaciones.... Cogieron el mapa de carreteras donde vieron la indicación del pueblo. Nada.

- Como si nos estuvieran esperando –dijo Raúl. Eso era, nos estaba esperando.

- Sigue leyendo, hay otras historias.

- “1967, inundación en la provincia de Valencia, muchísima agua e incomunicados, llegamos a un pueblo llamado Peñarroilla con un señor que nos dejó dormir en su casa, la única que parecía habitada. El señor se llama Esteban. Cuando yo puse la raya ya había muchas”.

“1978, Asturias, siguiendo una oveja perdida me extravié en la tormenta, me acogió Esteban de Peñarroilla, un pueblo casi abandonado. Una raya es mía”.

1981, Huelva; 1990, Tarragona; 1884, Sierra de Madrid (“le pasó a mi tatarabuelo”)...

- Tengo los pelos de punta, Raúl.

- Gracias a Esteban cielo, gracias a Esteban.

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